Rubén Darío se llamaba en realidad Félix Rubén García de Sarmiento. El autor decidió ponerse este nombre artísitico porque su padre era conocido con el apodo de Darío, y la verdad es que Rubén Darío tiene bastante más sonoridad y es mucho más fácil de recordar que su nombre verdadero.
Darío nació en Metapa (Nicaragua) el 18 de enero de 1867, hijo de Manuel García y Rosa Sarmiento, un matrimonio problemático. Cuando éstos empezaron a tener problemas serios y la estancia del futuro autor dejó de ser conveniente en el ambiente que se vivía en su casa, el pequeó fue acogido por unos parientes como si fuese su propio hijo.
Con sólo once años Darío ya había decidido que no iba a estudiar ninguna carrera universitaria, pero en cambio había publicado varias composiciones en periódicos locales -especialmente en "El Termómetro"-, con lo que ya a muy temprana edad demostró que tenía un carácter fuerte, independiente y decidido pero, sobre todo, que su don para la poesía era extraordinario.
En 1881 comenzó a firmar como Rubén Darío (a su familia se la conocía como “los de Darío”) por los motivos que antes he mencionado y según él mismo explicó siempre a todo el que se lo preguntaba.
Se fue a vivir a Managua, donde trabajó en la Biblioteca Nacional de la ciudad. También estuvo viviendo en San Salvador y luego viajó por Chile y Argentina. Fue en este último país donde entró en contacto con las nuevas corrientes poéticas y, a través de ellas, con la nueva poesía francesa: entraron en su vida el Parnasianismo y el Simbolismo además de otros pequeños movimientos literarios que convergerían en él para desembocar en el Modernismo. Durante su residencia en Argentina se entregó al periodismo y fundó diversas publicaciones: “la revista de América”, en Argentina, y “el correo de tarde”, en Guatemala, entre otras.
En 1892 vino a España por primera vez, invitado como uno de los representantes de Nicaragua para la Conmemoración del IV Centenario desde el descubrimiento de América. Durante su estancia en España fue corresponsal del periódico “La Nación” de Buenos Aires y entabló amistad con las principales figuras literarias del momento, especialmente con los miembros de la generación del 98: Unamuno y compañía. Seis años después de aquella visita fugaz, volvió a España para escribir una serie de reportajes acerca de la opinión pública española sobre el desastre colonial: la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Al año siguiente -esto era 1899- regresó a Nicaragua, donde el presidente de la República le confió la dirección del periódico “La Unión Centroamericana”. Le nombraron embajador en 1905, tras lo cual residió en París -donde conoció a fondo Parnasianismo y Simbolismo- y Madrid -donde dio a conocer el Modernismo en España-.
En 1913, enfermo y agotado por los múltiples excesos de su vida, se retiró durante algún tiempo a la cartuja de Valldemosa (Mallorca). Al estallar la I Guerra Mundial regresó a Nicaragua, donde murió por haber bebido demasiado alcohol en 1916. Un triste final para un artista genuino.
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